La muerte del Rey

Reflexiones sobre la Pascua - Editorial Clie

Lectura: Lucas 23

Por arresto y por juicio fue quitado (Is 53:8).

Al tribunal romano no le interesan cuestiones religiosas (Hch 18:14sa; 23:29; 25:18ss). Por esto, la acusación contra Jesús debe formularse políticamente, y las reivindicaciones religiosas de Jesús deben interpretarse también políticamente: su predicación ambulante se explica como subversión del pueblo, su reivindicación de mesianidad como alta traición. Contra el emperador romano, que en Oriente es denominado rey. (BEMPE)

El silencio de Jesús es señal del siervo de Yahweh: «Como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores» (Is 53:7). El silencio es para los griegos signo de la divinidad: el silencio, símbolo de Dios. Bajo este silencio no se oculta la impotencia, que aguarda el día de la venganza, sino la callada obediencia a los designios de Dios. (BEMPE) La sesión ante Herodes se cierra con sentencia absolutoria. Jesús es más ridículo que peligroso, más un soñador ajeno a la realidad, que un rebelde político; candidato a la corona, pero no rey; un quijote, pero no un revolucionario. Herodes manda poner a Jesús una vestidura espléndida, una toga cándida. Jesús lleva ahora la vestidura de pretendiente. Es declarado candidato ridículo al trono, y como tal es ridiculizado. (BEMPE)

El castigo de nuestra paz fue sobre Él (Is 53:5)

Es acusado el Señor, y calla, porque no necesita de defensa. Desean ser defendidos los que tienen por qué temer. Y no confirma la acusación porque calla, sino que la desprecia no contestándola. ¿Qué podría temer quien no se apega a la vida? La salvación de todos exige su muerte, para que de ella brote la vida de todos. Por otra parte, calló y no hizo nada, porque su modo de creer no merecía ver nada, y el Señor condena la arrogancia.

Y acaso veía representado en Herodes a todos los incrédulos, que no habiendo querido creer en la Ley ni en los Profetas, menos podían creer en las obras prodigiosas de Jesús, publicadas en el Santo Evangelio. (BEP)

La flagelación se efectúa de una manera bárbara. Se despoja de los vestidos al reo, se lo ata a un poste o a una columna, o se lo tendía en el suelo, y luego era azotado por varios verdugos hasta que estos se cansaban, o colgaba la carne en jirones del cuerpo ensangrentado. Por lo regular acompañaba la flagelación a la crucifixión (Mc 15:15). Pilato quiere ordenarla como castigo separado (Jn 19:1-5). (BEMPE)

Los miembros dirigentes del consejo supremo de los judíos traman para Jesús la muerte en cruz. Hay que acabar absolutamente con Él. El que muere crucificado pierde la vida, la honra, la existencia delante de Dios. La Escritura dice: «Es maldito el que está colgado» (Dt 21:23; cf. Gá 3:13). (BEMPE).

Era costumbre que los ajusticiados llevasen su propia cruz hasta el lugar del suplicio. En este caso, no fue por compasión, sino por temor de que se les muriese en el camino, por lo que los enemigos de Jesús hicieron que Simón llevase la cruz, después que el cortejo había pasado la puerta de la ciudad, como sabemos por Mateo. Para ellos, habría sido una verdadera lástima no verle morir en la cruz (BEMH) Jesucristo llevando su cruz, ya lleva su trofeo como vencedor. Se le impone la cruz sobre los hombros, porque, ya sea que la lleve Él, ya sea que la lleve Simón, Jesucristo la llevó en el hombre y el hombre en Jesucristo. No están desacordes los Evangelistas, cuando concuerdan en el misterio. El buen orden de nuestra marcha consiste en que primero llevase Él el trofeo de su Pasión, para que después lo entregase a los mártires a fin de que ellos lo levantasen. Como no es judío el que lleva la cruz, sino forastero o peregrino, no va delante sino detrás. (BEP) Los judíos no permitían hacer lamentaciones en público por los que mueren en el patíbulo (cf. Dt 21:22ss). Jesús, sin embargo, es objeto de tales lamentaciones—las mujeres se golpeaban el pecho y lloraban—en el camino hacia el lugar de la ejecución. A Él se le hacen como a maestro, profeta y rey de su pueblo. Las mujeres que se l amentan dan un testimonio valeroso de que Jesús no era un criminal. (BEMPE)

El Crucificado no es un profeta que anuncia una revelación tenida; es Cristo que aparece disponiendo él mismo de la suerte eterna de un hombre. Y esto es poder de Dios. (BEMH)

Jesús muere dando un grito con voz potente. Para esta última voz de su boca no hay otras palabras que le sean adecuadas. Según Lucas, Jesús con voz potente pronunció las siguientes palabras de súplica: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23:46). Y el evangelista Juan: «¡Todo se ha cumplido!» (Jn 19:30). No sabemos nada más sobre los hechos. Pero también conviene que esta muerte quede así envuelta por el misterio.

Por medios humanos es muy poco lo que se puede comprender de la muerte, así como de la resurrección de Jesús para la vida. Ambos acontecimientos están sumergidos en el misterio de Dios y solo pueden ser aceptados con obediencia silenciosa. (BEMPE) Se le ve desnudo. Del mismo modo debe subir quien trata de vencer al mundo, esto es, desnudo de todas las afecciones mundanas. Fue vencido Adán cuando buscó con qué vestirse, y venció Aquel que sus vestidos dejó: subió en la forma que la naturaleza nos creó por obra de Dios. De este modo vivió en el paraíso el primer hombre; de este modo entró también en el eterno paraíso el segundo hombre. Muy oportunamente dejó las vestiduras reales cuando había de subir a la cruz, para que sepamos que padeció como hombre y no como Dios, aunque una y otra cosa es Jesucristo. (BEP)

El Salvador había venido, no a destruir su propia muerte, la que no tenía, porque era la Vida, sino la de los hombres. Por esto no se reservó su cuerpo de la muerte, sino que permitió que le fuese impuesta por los hombres. Y si hubiese enfermado su cuerpo, y se hubiese disuelto en presencia de todos, no habría dejado de producir mal efecto, puesto que mientras había curado las enfermedades de los demás, tenía su cuerpo sometido a las mismas. Y si hubiese abandonado el cuerpo en alguna ocasión, sin enfermedad alguna, y después se hubiese vuelto a presentar, no se habría creído que hubiera resucitado: la muerte debe preceder a la resurrección.

¿Cómo habría podido hacer creer en su resurrección, si no hubiese probado antes que había muerto? Y si todo esto hubiera sucedido en secreto, ¿cuántas mentiras no habrían inventado los hombres incrédulos? ¿Cómo podría conocerse la victoria del Salvador en su muerte, si no la hubiese sufrido en presencia de todos, y hubiese probado que la había vencido por la incorruptibilidad de su carne? 

De este modo se dirá: hubiera sido conveniente que hubiese elegido otra muerte mejor, evitando así la ignominia de la cruz, pero aun cuando así lo hubiera hecho, habría dado lugar a la sospecha, haciendo ver que carecía del valor suficiente para arrostrar cualquier muerte. De este modo se presenta como luchador, venciendo a aquel que su enemigo le ofrece, apareciendo más fuerte que todos. 

Por ello aceptó, para salvación de todos, la muerte más ignominiosa que sus enemigos le ofrecieron, y que ellos mismos consideraban como dura e infame, para que destruida esta, quedase destruido en absoluto el dominio de la muerte. Por esto no se le corta la cabeza como al Bautista, ni fue descuartizado como Isaías, porque debía conservar el cuerpo íntegro después de su muerte, no fuera que algunos tomasen ocasión de ello para dividir su Iglesia. 

Quiso llevar también sobre sí la maldición en que nosotros habíamos incurrido pecando, recibiendo una muerte maldita, como lo es la de cruz, según aquellas palabras: «Maldito el hombre que pende de un madero» (Dt 21:23). Muere en una cruz, y con los brazos abiertos, para atraer hacia sí, con una mano, al pueblo antiguo, y con la otra, al pueblo gentil, uniéndolos entre sí y consigo mismo. Muriendo en lo alto de una cruz, purifica la atmósfera de los demonios que la inundan, facilitándonos así la subida al cielo. (BEP)

Debemos notar la diferencia entre el Getsemaní y el Gólgota. En el huerto de Getsemaní, Jesús tiene un Dios que le oye y le fortalece; en la cruz, este Dios parece haberle vuelto la espalda completamente. Durante estas tres negras horas Jesús fue hecho pecado por nosotros (2 Cor. 5:21), fue hecho maldición por nosotros (Gá. 3:13), y así Dios le volvió completamente la espalda. En Getsemaní, Jesús luchó consigo mismo y llegó a la decisión de hacer la voluntad del Padre; en la cruz, luchó con Dios y sencillamente soportó. Él clama a Dios con su fortaleza moribunda y ya no ve en Él al Padre, porque un muro de separación se ha levantado entre el Padre y el Hijo, a saber el pecado del mundo y la maldición que ahora pesa sobre el Hijo. Jesús tiene sed de Dios, pero Dios se ha alejado. No es el Hijo quien ha dejado al Padre, sino el Padre al Hijo. El Hijo clama al Padre, y el Padre no le responde. (BEMH)

La realeza que se obstina, tu cabeza que se inclina.

Mi pobreza que termina en la cruz. (BEMPE)

El linaje femenino, maldecido en otro tiempo, está de pie y ve todas estas cosas. Por ello fueron las primeras que recibieron la gracia de la justificación o de la bendición que brotó de la pasión y de la resurrección. (BEP) 

Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea y son junto a la cruz testigos de la muerte, son también testigos de la sepultura. Ven el sepulcro y observan cómo es depositado el cuerpo de Jesús. Serán también las primeras testigos después de la resurrección de Jesús. Aunque su testimonio sea tenido en menos por algunos, aunque sea rebajado y calificado de «delirio», de vanas habladurías (cf. Jn 4:42), sin embargo, también su testimonio merece toda consideración. Se está preparando la labor misionera de las mujeres. (BEMPE)

¿Por qué desagrada a algunos que Jesucristo viniendo del seno del Padre a vivir nuestra esclavitud para devolvernos la libertad haya aceptado nuestra muerte para que por la suya seamos liberados de ella, haciéndonos partícipes de la naturaleza divina a nosotros mortales que despreciamos la muerte y considera como dignos del cielo a los que habitan en la tierra? En la contemplación de estas obras brilla el poder divino así como en el testimonio de su inmensa caridad, padeciendo por sus criaturas y muriendo por sus siervos. Esta es, pues, la primera razón de la pasión del Señor; que quiso que se supiese cuánto amaba Dios al hombre (Jn 3:16), prefiriendo ser amado que temido. La segunda causa es que la sentencia de muerte dada justamente contra el hombre fuese abolida con justicia mayor. Y porque el primer hombre juzgado por Dios en pena de su pecado había incurrido en la muerte y la había transmitido a sus descendientes, vino del cielo el segundo hombre inmune de pecado, para que fuese condenada la muerte. Esta, mandada para arrebatar a los culpables, se atrevió a acometer también al mismo autor de la inocencia. No debe llamar la atención si dio por nosotros cuanto recibió de nosotros (esto es, el alma), siendo así que tanto hizo por nosotros y tantas gracias nos dispensó. (BEP)

¡Oh, rostro ensangrentado!

¡Oh, rostro ensangrentado, Señor, tú has soportado

imagen del dolor, lo que yo merecí;

que sufres, resignado, la culpa que has cargado,

la burla y el furor! cargarla yo debí.

Soportas la tortura, Mas mírame; confío

la saña, la maldad; en tu cruz y pasión.

en tal cruel amargura, Otórgame, Dios mío,

¡Qué grande es tu bondad! la gracia del perdón.

Cubrió tu noble frente Aunque tu vida acaba

la palidez mortal; no dejaré tu cruz;

cual velo transparente pues cuando errante andaba,

de tu sufrir, señal. en ti encontré la luz.

Cerróse aquella boca, Me apacentaste siempre,

la lengua enmudeció; paciente cual Pastor;

la fría muerte toca me amaste tiernamente

al que la vida dio. con infinito amor.

Bernardo de Clairvaux (1091-1153)


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Citas literarias extraídas de:

BEMH hace referencia a la Biblia de Estudio Matthew Henry

BEMPE hace referencia a Biblia de Estudio del Mensaje Profético y Escatológico

BEP hace referencia a Biblia de Estudio Patrística

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