Reflexiones
May 24

Examíname

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Salmo 139:23

Cuando tenemos una actitud abierta hacia Dios, dispuestos para dejar que el examine hasta el más mínimo rincón de nuestro ser, es seguro que él nos mostrará áreas en las que necesitamos cambios, áreas en las que necesitamos sanar, áreas en las que necesitamos perdonar, áreas donde hay falta de fe o dureza de corazón. Él nos mostrará los ídolos que escondemos en nuestro corazón. A veces se revelará la hipocresía o nuestras motivaciones incorrectas.

Hoy mientras caminaba me vino a la mente esta porción escritural y comencé a reflexionar en la misma. Comencé a pensar en el acto de dejarnos examinar por otra persona.

La gran mayoría de nosotros no está dispuesta a dejarse examinar por otra persona, a menos que sea un médico. Cuando me refiero a dejarse examinar estoy pensando en someternos al escrutinio público, a la evaluación de nuestras acciones por otros, a que se pase juicio sobre la manera en que vivimos.

Es difícil permitir que otros emitan juicios valorativos sobre nosotros mismos. No nos gusta. Vivimos en una cultura donde es “normal” juzgar a los demás, y todos de alguna manera lo hacemos. Sin embargo, no nos gusta que nos juzguen a nosotros. Deberíamos pensar un poco sobre eso.

Una de las razones por las cuales no nos gusta que nos juzguen es porque las personas no nos conocen. Es decir, pueden conocer algo de nosotros dependiendo de la relación que tengan con nosotros, pero no nos conocen del todo, no nos conocen perfectamente. Si alguien nos juzga o emite algún juicio sobre nosotros nos ponemos a la defensiva. Pocas veces nos sentamos a pensar si la otra persona tiene alguna razón en lo que dice. Somos reaccionarios y poco reflexivos.

Aun nosotros mismos cuando nos evaluamos no siempre somos sinceros con nosotros mismos. La escritura dice que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, quien lo conocerá” (Jeremías 17:9) y “no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3:5)

Pensamos que nos conocemos perfectamente y asumimos que estamos bien y que no tenemos nada en que debamos cambiar o mejorar. De hecho, como creyentes podemos llegar a pensar que hemos alcanzado tal nivel de espiritualidad, que no necesitamos nada más. Pero eso no es cierto. Dios tiene un propósito eterno en nuestras vidas. Ese propósito tiene que ver con hacernos conforme a la semejanza de su hijo Cristo (Romanos 8:29). Ese propósito de Dios es un proceso que se está llevando a cabo en ti y en mi durante toda la vida. El mismo apóstol Pablo expresaba:

No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús (Filipenses 3:12).

Hay un proceso continuo de transformación en nuestras vidas y el único que tiene la capacidad perfecta para juzgarnos y examinarnos es Dios. Su juicio es justo y verdadero. Nada se escapa de su conocimiento.

Oh Señor, tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, Y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda (Salmo 139:1-4).

La pregunta es, ¿estamos dispuestos a permitir que él nos examine y nos revele todo lo que hay en nosotros?

Parece intimidante, dejar que alguien invada tu intimidad, tu privacidad. Sin embargo, eso es lo que hacemos cuando vamos a un médico. Puede ser que le hagamos una visita de rutina y nos envié a ser análisis para poder examinarnos más profundamente.

Estamos de acuerdo con eso porque sabemos que es para nuestro beneficio. Puede ser que en el proceso se descubran cosas que de otra manera no las sabríamos. Cuando esto sucede el médico puede prescribir el tratamiento correcto para corregir las deficiencias de salud.

Es cierto que los exámenes pueden revelar cosas que no queremos escuchar, pero es necesario para que entonces podamos sanar y mejorar e incluso preservar la vida.

De la misma manera sucede con nuestra relación espiritual con Dios. Es necesario, permitirle a Dios que nos examine, que nos escudriñe. No es porque Dios necesite saber algo de nosotros, es porque nosotros necesitamos conocer lo que no sabemos o no vemos, para que nuestros ojos sean abiertos.

El salmista tenía confianza de ir a Dios para que lo examinara.

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna (Salmos 139:23-24).

Estaba dispuesto a someterse al escrutinio y juicio de Dios. Estaba dispuesto a presentarse ante Dios tal y cual era. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón”

Como cristianos conocemos y estamos al tanto de conductas o estilos de vida pecaminosos. Hay cosas de las cuales no tenemos duda que son incorrectas. Sin embargo, me parece que la oración del salmista va más allá de lo obvio, va dirigida a aquellas cosas que son menos visibles. Aquellas cosas que se esconden detrás de nuestras apariencias y que las desconocemos o ignoramos. A veces son ídolos que han cautivado nuestro corazón y ni siquiera nos hemos dado cuenta.

Cuando le decimos a Dios que nos examine nos hacemos “vulnerables”. Se requiere humildad para dejar que otro pase juicio sobre nosotros. Examíname es decirle a Dios mira todo lo que soy, busca en las recámaras de mi corazón, pasa juicio sobre mis motivaciones, mis pensamientos, incluso mis creencias o dogmas. Decirle a Dios que nos examine es exponernos a su luz escudriñadora, dejar que él nos ponga en evidencia.

Esto puede parecer aterrador para muchos, pero no debería. Es necesario y es bueno exponernos al examen de Dios.

Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:12-13).

Cuantas veces damos por sentado que estamos bien, pensamos que somos perfectos, pero no es así. Creemos que si hacemos ciertas cosas ya hemos cumplido con Dios. Pero, no se trata de eso. Se trata de lo que no se ve, se trata de nuestro interior, de ese lugar que solo Dios conoce.

El orgullo hace que nos aferremos a un estatus de vida estático. Le llamo un estatus de vida estático a aquel donde no tenemos la capacidad de pasar juicio sobre nosotros mismos, donde no podemos ver nuestros defectos o debilidades, nuestras fallas de carácter o nuestras malas actitudes. Es estático porque no nos permite cambiar.

El salmista reconocía que había áreas en su vida, en lo profundo de su corazón y pensamiento que él no era capaz de discernir. El reconocía que su juicio era limitado. Pero Dios escudriña la mente y el corazón.

Todos aquellos que amamos a Dios, deseamos agradarle y obedecerlo. Queremos ser semejantes a Jesús. Queremos adorarle no solo con nuestros labios sino también con nuestras acciones, nuestras motivaciones, nuestras actitudes. Por tal razón nos abrimos a él. A eso se refiere la escritura cuando dice que nos humillemos delante de Dios. Humillarse no es una posición física, más bien es una actitud del corazón. Es reconocer que no todo lo sabemos, que hay la posibilidad de estar errados en una forma de actuar o de pensar. Debemos estar abiertos a que la luz de su Palabra exponga aquello que no es consonó con su naturaleza y estar dispuestos a rectificar y a permitir que él nos guíe.

El deseo de Dios no es avergonzarnos, destruirnos o castigarnos. Su deseo es corregirnos y guiarnos. Que no haya nada que entorpezca nuestra relación con Dios y con las demás personas.

Cuando tenemos una actitud abierta hacia Dios, dispuestos para dejar que el examine hasta el más mínimo rincón de nuestro ser, es seguro que él nos mostrará áreas en las que necesitamos cambios, áreas en las que necesitamos sanar, áreas en las que necesitamos perdonar, áreas donde hay falta de fe o dureza de corazón. Él nos mostrará los ídolos que escondemos en nuestro corazón. A veces se revelará la hipocresía o nuestras motivaciones incorrectas.

Puede llegar a ser doloroso, pero es necesario. Es difícil ser confrontado por la verdad, pero Dios lo puede hacer. El Padre amoroso te conoce bien y quiere que tu seas semejante a su hijo Jesús, porque tú también eres un hijo de Dios.

Hoy saca un tiempo y ve a su presencia con humildad y dile a Dios:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna (Salmos 139:23-24).

Deja que él te hable por su palabra. Recuerda, este momento no es para pensar en otros, ni echarles la culpa. Es un momento para dejar que Dios nos examine, que nos confronte y nos hable. No te juzgará una persona con un juicio imperfecto, sino Dios examinándote para llevarte por el camino eterno. Tu vida entonces comenzará a avanzar y disfrutarás de una renovada relación con Dios.

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