Vestidos por su Gracia

Hace aproximadamente un poco más de dos milenios, una mujer se coloca sobre sus hombros su cántaro para ir a recoger agua. Respira profundamente y sale con precaución de las sombras de su casa hacia la luz brillante de la calle.

Era alrededor del mediodía, y ella había planificado el momento exacto para salir y evitar las miradas escrutadoras y las malas lenguas de sus vecinos que ya habían estado temprano en los alrededores del pozo.

Si esta es la historia de la mujer que en la biblia se le conoce como la mujer samaritana.

Como samaritana, había sufrido el menosprecio y la humillación por parte de sus primos judíos, quienes los aborrecían por su mezcla de razas.

Por otro lado, su vida personal era un desastre. Una vida que le ocasionaba dolor y vergüenza y que era el tema de conversación entre los vecinos del barrio. Cinco matrimonios fracasados y en su búsqueda de amor y encontrar una relación estable la había llevado a buscar una relación ilícita más.

Así comenzó su caminata solitaria hacia el pozo, a una hora en que estaba segura de que no habría nadie.

Sin embargo, cuando se acerca al pozo ve una figura desconocida. Era ya demasiado tarde para retroceder. El desconocido que estaba allí representaba todo lo que ella temía: por ser judío, por ser hombre y porque estaba allí en mitad del camino.

Su instinto le decía que estaba a punto de recibir ese trato discriminatorio y de menosprecio al cual estaba acostumbrada.

Sin embargo, este no fue el caso. Este hombre judío, en lugar de lanzar contra ella palabras llenas de burla e intolerancia, comienza a hablarle a esta mujer en un lenguaje que ella desconocía. Comienza a hablarle del agua viva, del regalo de Dios. El nombre de este hombre era Jesús.

No se trataba de chismes, murmuraciones o críticas de sobre ella.

Jesús conocía lo que había en el corazón de esta mujer y estaba hablándole directamente de lo que constituía sus más profundas necesidades: perdón, amor y pertenencia. Todo esto demostrando una comprensión y un poder que le tomaron por sorpresa.

Le dio una lección de gracia al ofrecerle su amistad cuando ella estaba esperando ser humillada, burlada y menospreciada.

Aquellos extraños comentarios acerca del agua viva llamarón su atención. No tener que ir al pozo a buscar agua. Pero luego sus pensamientos fueron llevados a una sed más profunda, su necesidad espiritual. Aquella que experimentaba y que dictaba aquellas acciones desesperadas que estaban destruyendo su vida.

Cuantas veces pensamos que, si resolvemos los problemas de tipo material, económico y todo aquello que podemos clasificar externo, estaremos bien, tendremos paz y seremos felices. Sin embargo, no nos damos cuenta de que la verdadera necesidad está en nuestro interior. Es una necesidad espiritual, es una sed insaciable para la cual nada en el mundo tiene una respuesta plena y satisfactoria. No entendemos que somos mucho más que un cuerpo, que hay un ser espiritual en nosotros que clama por algo real y verdadero. Ese vacío, esa necesidad interior, solo la puede satisfacer aquel que te creo.

Jesús y la mujer hablaron en detalle acerca de las formas y los lugares en que se debía adorar y descubrió con asombro que para ella había un lugar entre los adoradores del Padre.

La claridad con la que Jesús le hablo con respecto a las intimidades de su vida era pasmosa. El conocimiento completo que Jesús tenía de ella le dio la seguridad de que ninguna nueva revelación acerca de su vida privada podría hacer cambiar la manera de pensar de Cristo con respecto a ella. Él ya lo sabía todo. Él lo sabe todo de ti, conoce tu condición. Él no quiere condenarte, él quiere salvarte.

Para cuando la conversación terminó, algo había ocurrido en lo profundo del corazón de esta mujer. Ya no se sentía igual, era una mujer diferente. Ya no estaba cubierta de vergüenza, sino que había sido vestida por la gracia de Cristo Jesús. El cambio en su persona produjo cambio en sus acciones.

Sin titubear, ella abandonó la vasija de agua (símbolo de una vieja vida que quedaba atrás) y corrió a buscar a aquellos vecinos a los que precisamente antes estaba tratando de evitar.

Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo? Juan 4:28-29

Hoy te pregunto cuál es tu historia. Tal vez no exactamente la de la mujer samaritana. Pero sí una historia de búsqueda. La búsqueda del amor, la aceptación y el perdón.

‌‌Todos tenemos nuestra propia historia de búsqueda. Puede que hallamos experimentado fracasos, tropiezos, perdido el camino. Pero muchos fuimos encontrados de camino hacia el pozo. Alguien llamado Jesús nos encontró y nos ofreció su gracia en lugar de condenarnos. De hecho, desconocíamos el don de Dios, no sabíamos que había un Dios que pudiera amarnos tanto. El cambio nuestra historia. Su gracia nos vistió, el quito, la vergüenza, el dolor y la culpabilidad. El dio un nuevo sentido a nuestras vidas. Hemos podido experimentar lo que es la vida eterna aquí en la tierra.

‌Puede ser que la historia de tu vida hasta el momento no ha sido la mejor. Por el contrario, ha sido un desastre, marcada por el dolor, el pecado y tantas cosas. Pero no tiene que seguir siendo así. El Señor te dice:

Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva. Juan 4:10

Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; más el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. San Juan 4:13-14


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Tags: Gracia
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