Reflexiones
May 14

Dios nos ha hecho sus hijos.

Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos. El mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no lo ha visto, ni lo ha conocido. Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. 1 Juan 3:1,6,9

Una de las cosas que más maravillaba al apóstol Juan era el amor de Dios. Es algo que debe maravillar a cualquiera que lo ha recibido. El apóstol Juan nos dice en su evangelio «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16 RVC) Es un amor que no se puede medir, difícil de explicar lo suficiente, pero real y verdadero.

Juan exclama maravillado «miren cuanto nos ama el Padre, que nos ha concedido ser llamados hijo de Dios». Muchas personas piensan que, el ser creación de Dios, es igual a ser hijos de Dios. Pero eso no es cierto. En este mundo hay dos tipos de personas. Las que viven alejadas de Dios y aún no han conocido su amor y las que han venido a ser parte de la familia de Dios por medio de la fe en Jesucristo.

La escritura nos dice como llegamos a ser hijos de Dios:

Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12–13 RVC

Quienes reciben a Cristo Jesús como su Señor y creen en su nombre, Dios los hace sus hijos. Ese es el deseo de Dios para toda la humanidad y es algo maravilloso. Antes éramos pecadores, ofensores de Dios y estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Sin embargo, Dios nos ha concedido el don de ser llamados sus hijos. Juan afirma y dice: «somos llamados hijos de Dios y ciertamente lo somos«.

Ser llamados hijos de Dios es la manifestación más grande del amor de Dios. Compartimos con Cristo este privilegio. Ahora tenemos un Padre eterno, un padre bueno y amoroso. Somos objeto de su amor, somos hijos amados. El mundo no puede ver ni entender esto, es decir, lo que sé ha producido en nuestras vidas. Esto solo se entiende cuando se recibe a Cristo como Señor y Salvador.

Cuando Dios nos hace hijos mediante la fe en Jesús, él no solamente nos da el título de hijos mediante la adopción. Cuando Juan utiliza la palabra hijo, utiliza la palabra griega que es «tecknon«. Esta palabra se usa solo para referirse a hijos propios, hijos naturales.

Eso significa que no solo somos hijos por adopción, como el apóstol Pablo señala en sus epístolas. Sino que también somos «tecknon«, hijos verdaderos. Dios nos ve como hijos propios, como a su hijo Cristo. Con razón Juan se maravilla pensando en lo que significa ser un hijo de Dios.

Todo hijo adoptado disfruta legalmente de los privilegios y derechos de un hijo natural. Sin embargo, ningún hijo adoptado puede participar de la misma naturaleza del que lo adopta. Eso es biológicamente imposible. Sin embargo, nosotros como hijos «tecknon«, hijos propios de Dios, podemos participar de su naturaleza divina.

Entonces:

  • Somos llamados hijos de Dios con todos los derechos y privilegios. Juan 1:12, Romanos 8:17
  • El Espíritu Santo nos sella como propiedad de Dios y da testimonio a nuestro espíritu de que verdaderamente somos hijos de Dios. Efesios 1:13, Romanos 8:16
  • Como hijos, Dios nos hace partícipes de su naturaleza para que nos parezcamos a él y vivamos como hijos de él. 2 Pedro 1:2-4

Todo esto tiene una consecuencia maravillosa y es que ya no pecamos. No que seamos impecables, más bien que ya no practicamos el pecado. Ya no nos apetece el pecado. Nuestros deseos pecaminosos ahora han cambiado. Ya no tenemos deseos de pecar. Tenemos los deseos de Dios.

La naturaleza de los hijos, es una naturaleza que no práctica el pecado porque tenemos una nueva naturaleza.

¿Por qué no practicamos el pecado?

Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no lo ha visto, ni lo ha conocido. Todo aquel que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios. 1 Juan 3:6,9
  • Hemos nacido de Nuevo. Nuestra vieja naturaleza habituada a pecar ha muerto. Romanos 8:1-4
  • Permanecemos en él. Estamos unidos a Cristo.
  • La simiente de Dios permanece en nosotros, “pues ustedes han nacido de nuevo, y no de una simiente perecedera, sino de una simiente imperecedera, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Pedro 1:23 RVC)

La clave para no pecar está en “todo aquel que ha nacido de Dios”. El nacido de Dios tiene la simiente de Dios en él. Tiene el principio de vida que solo Dios puede impartir. Tiene una nueva naturaleza que no está viciada conforme los deseos de la carne, sino que está llena de los deseos de Dios.

Debemos entender que esto no es un asunto religioso o de ir a la iglesia todos los domingos. Esto es un asunto divino, un asunto de vida espiritual, un asunto de amor verdadero.

Nacemos de nuevo por medio del Espíritu Santo, que viene a morar en nuestras vidas cuando creemos en Jesucristo.

Ser un hijo de Dios no es algo que podamos tomar livianamente. Por el contrario, es algo para dar gracias y adorar a Dios nuestro Padre.

Que podamos exclamar junto con el apóstol “miren cuanto nos ama el Padre que nos ha concedido ser llamados hijos de Dios.”

Dios compartió con nosotros la paternidad. Cristo era el unigénito y ahora hemos venido a ser parte de esta familia.

El amor de Dios no tiene límites, no escasea. Todo porque nos amó. Nos hizo hijos igual que su hijo Cristo.

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