Reflexiones
June 3

Guarda tu corazón.

Vivimos en un mundo donde el énfasis en la apariencia es cada vez mayor. Muchas personas viven de la apariencia y de la imagen; y para muchos la imagen lo es todo.

Tenemos la necesidad de una buena apariencia y muchos harán lo que sea para tenerla.

De ahí, lo rentable de profesiones como las de los cirujanos plásticos y las industrias del embellecimiento.

Por ejemplo, en Estados Unidos en el año 2023, se realizaron 4,7 millones de procedimientos estéticos. Esto incluye una variedad de cirugías plásticas y tratamientos no quirúrgicos. Por otro lado, el mercado de la belleza, que incluye el cuidado de la piel, fragancias, maquillaje y cuidado del cabello, generó aproximadamente 430 mil millones de dólares en ingresos.

Esto nos da una idea, de cuán importante es para las personas su exterior. Están dispuestas a invertir lo que sea para verse mejor.

El problema con la apariencia es que puede ser superficial. Es más fácil preocuparse y atender la belleza exterior, que la belleza interior.

Por fuera podemos dar una imagen y aparentar muchas cosas, mientras que por dentro nuestro interior ser un desorden total.

El apóstol Pedro exhortaba en su primera epístola y decía no tengan una preocupación excesiva por lo extérno, sino preocúpense por lo interno, es decir, la belleza incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y que consiste en un espíritu humilde y apacible. Él hablaba de una belleza interior que excede la exterior.

¿Por qué? Porque a Dios le interesa nuestro corazón. El que hizo lo exterior, también hizo lo interior.

El corazón en la Biblia es el centro de lo que somos. Es el centro de la vida física, espiritual y mental. Es ahí donde se encuentran nuestros motivos, sentimientos, afectos, deseos, voluntad, metas, principios, pensamientos e intelecto.

El corazón representa lo que tú eres, tu vida interior o como el apóstol Pablo lo diría, tu hombre o mujer interior.

Las cosas que realmente pueden dañarnos o contaminarnos se originan en el corazón. Jesús dijo que del corazón proceden los malos pensamientos y toda forma de maldad.

Por lo tanto, es necesario que guardemos nuestros corazones. En otras palabras, que cuidemos nuestra vida interior.

El Nuevo Testamento nos advierte de enemigos que afean nuestro interior y lo echan a perder. Son actitudes, emociones, obras de la carne que para muchos representan cierta normalidad en su vida, pero que no son compatibles con la naturaleza de Dios, ni la nueva vida que él nos da.

El apóstol Pablo nos exhorta y nos dice:

No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo (Efesios 4:30-32).

También abandonen todo esto: enojo, ira, malicia, calumnia y lenguaje obsceno. Dejen de mentirse unos a otros, ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador (Colosenses 3:8-10).

Pablo menciona la amargura, la ira, el enojo, los gritos, la maledicencia, la malicia, la blasfemia, las palabras deshonestas, la falta de perdón, las mentiras, como cosas que debemos abandonar.

Ninguna de estas cosas es agradable a Dios. No expresan su naturaleza. Nuestra vida interior no puede albergar estas cosas.

Si nos conformamos a esto, entonces estaremos viviendo por debajo del nivel espiritual que Dios ha diseñado para nosotros. No tendremos una vida abundante, no tendremos paz y el Espíritu Santo en nuestras vidas se contristará.

Todas estas obras que menciona el apóstol Pablo nos hacen mucho daño. Son ladrones que arruinan nuestro corazón. No solo afectan nuestra relación con Dios, sino con los demás.

No importa cuánto queramos disimular estas cosas con una buena apariencia de que todo está bien. La realidad es, que todas estas obras son como un cadáver que se tira a la mar para tratarlo de ocultar, pero pronto sale a la superficie debido los gases que se acumulan en él. Así también estas obras en algún momento salen a la superficie y nos echan a perder.

Pablo dice abandonen estas cosas. Esto no es opcional. ¿Por qué? Porque nada de esto es parte de la Nueva Creación en Cristo Jesús. Éstas obras, contristan al Espíritu Santo, y nos roban la paz. No nos permiten manifestar la belleza de una vida interior donde Cristo reina.

El proverbio pone énfasis en que por sobre toda cosa que cuidemos, cuidemos nuestro corazón. Necesitamos dedicar tiempo a nuestra belleza interior.

Hubo un hombre en la Biblia del cual Dios dio testimonio de tener belleza interior. La Escritura lo expresa de la siguiente manera: He encontrado a David, hijo de Isaí, un hombre conforme a mi corazón, quien cumplirá toda mi voluntad.

Cuando cuidamos nuestro corazón Dios se agrada y da testimonio de nosotros como lo hizo de David. El expresa su gozo en nosotros. He aquí mi hijo amado en el cual me deleito. Hay deleite de Dios en nosotros y deleite de nosotros en Dios.

El testimonio que da la Biblia sobre David, es hermoso. No obstante, hay otra parte de la historia que debemos considerar. ¿Por qué? porque nos sirve de advertencia sobre las consecuencias de no guardar nuestro corazón.

Hubo un momento en la vida de David que no guardó su corazón de aquello que le apeteció. ‌Esto lo llevó al adulterio y a ser el autor intelectual de un asesinato. Cosas muy terribles. De ahí en adelante su vida enfrentó una serie de duras consecuencias que le trajeron muchos sufrimientos y angustias.

‌La Biblia nos advierte que el corazón es engañoso más que todas las cosas. Es por eso que ‌nuestro corazón tiene que estar bajo el gobierno de Cristo. ‌No podemos apoyarnos en nuestra propia prudencia. Cuando comenzamos a confiar en nosotros mismos y no en Dios hay peligro.

‌‌Por un tiempo David intentó ocultar sus pecados, pero fue confrontado por Dios y se arrepintió.

En el salmo 32:3-4 David expresa, cómo el pecado, lo hacía sentir.

Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día, porque de día y de noche me abrumaba tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano.

David sentía que se estaba secando, había perdido el gozo y la paz y cada día sentía más el peso de la mano del Señor. Hasta que un día tuvo que arrepentirse y confesar su pecado.

Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado.

La historia de David nos enseña que nunca debemos descuidar nuestro corazón dándole lugar a lo que nos apetezca. No demos lugar a lo que nos hace daño.

Segundo, cuando damos acceso a nuestro corazón a lo que no es agradable a Dios nos secamos, perdemos el gozo y la paz, dejamos de ser felices. Te enfermas sabiendo que no estas en la voluntad de Dios.

Tercero, el remedio está en reconocer que hay cosas a las que hemos dado lugar en nuestro corazón y ahora nos controlan. Tenemos que confesar esas obras y arrepentirnos de corazón para que Dios nos limpie y se lleve toda fealdad.

Cuarto, permitamos que Cristo nuevamente llene nuestros corazones y que el reine.

No es malo cuidar de nuestra apariencia si no está motivado por la vanidad, u otros motivos equivocados. Pero es mucho mejor cuidar nuestro interior. Embellecer nuestro interior para agradar a Aquel a quien tenemos que agradar, a Cristo Jesús.

Que la belleza de ustedes no sea la externa, que consiste en adornos tales como peinados ostentosos, joyas de oro y vestidos lujosos. Más bien, que la belleza de ustedes sea la incorruptible, la que procede de lo íntimo del corazón y consiste en un espíritu humilde y apacible. Porque esta sí que tiene mucho valor delante de Dios.

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